El infante tradicional (izquierda), antes de la revolución oplita, estaba dotado de armas ligeras adecuadas para tener una gran movilidad individual y permitirle la fuga. Por el contrario, el infante oplita (abajo) estaba provisto de una armadura tan pesada (35 kg) y de un escudo tan grande, que le impedían el movimiento en el combate individual. Si con esta enorme carga quedaba aislado de la falange, poseía muy poca capacidad de maniobra y no lograba defenderse con éxito. Por el contrario, protegidos en la falange, los oplitas eran invencibles: cada uno usaba el escudo para defender no sólo el propio flanco izquierdo, sino también para cubrir, a la derecha, al compañero situado a su lado. Por consiguiente, cualquier ruptura de la formación, incluso en el caso de eventuales actos de heroísmo individual, era duramente castigada.
La batalla oplita se resolvía en un enfrentamiento veloz y decisivo (en cierto sentido, como una votación democrática): si lograba romper las líneas enemigas, las esperanzas de salvación eran elevadas; sin embargo, en el supuesto de la disgregación de la falange, el porcentaje de caídos entre infantes aislados llegaba a ser altísimo. Era una táctica que imponía la salvación de todos, cooperando, o la muerte de quien intentase alguna acción individual.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO