Kepler (El misterio cosmográfico, 1618) argumentó que el número y la dimensión de las esferas planetarias pueden ser explicados por medio de los cinco sólidos platónicos. Lo más destacable de este modelo neopitagórico de definición matemática (y de su confrontación con la realidad del cielo) es que Kepler llegó a descubrir que las órbitas de los planetas no son circulares, sino elípticas. Cada uno de los cinco sólidos platónicos puede estar inscrito y circunscrito a una esfera. Como en las cajas chinas o en las mamushkas rusas, cada sólido platónico puede incluir una esfera capaz de contener, a su vez, otro sólido. Kepler intentó explicar el sistema planetario sobre esta base. Dentro de la esfera más exterior (Saturno) está inscrito un hexaedro (cubo) que, a su vez, contiene la esfera de Júpiter, circunscrita a su vez en un tetraedro correspondiente a Marte, y así sucesivamente para las otras esferas: Venus (icosaedro) y Mercurio (octaedro).
Aunque obviamente se suponen competentes, los descubrimientos científicos no provienen de fuentes o situaciones privilegiadas, sino que pueden nacer incluso en momentos de escasa lucidez psicológica. Es célebre el episodio vivido por el químico F. A. Kekulé von Stradonitz, quien en 1865 llegó a imaginar la estructura de los anillos de las moléculas de benceno reflexionando sobre un sueño en el que se le había aparecido una imagen similar a la reproducida a la izquierda.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO